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Puntos de vista

En los últimos 12 meses se hizo explícita la ruptura en el Frente de Todos, la vicepresidenta fue víctima de un atentado y estalló la interna en Juntos por el Cambio

La visión de los editores de El Cronista y de 10 columnistas sobre economía, finanzas, política y negocios

Este año será recordado por tres hechos políticos. Fue el año en el que la fractura en el Frente de Todos se volvió explícita, al punto de convertirse en parte del paisaje. El cristinismo no quiere al Presidente. Y Alberto Fernández hará todo el tiempo que pueda, sin romper con su vicepresidenta. El profesor de derecho penal va en busca de una sobrevida electoral que, en medio del desconcierto y la falta de brújula generalizada, nadie está en condiciones de descartar, por inverosímil que suene cuando todavía falta un año para las elecciones. Además hay un punto en el que Alberto

Fernández tiene razón: resistirse a la jubilación anticipada puede resultar conveniente para el peronismo ampliado. Un PJ con pocos candidatos y escaso hambre de poder, en el que el único negocio seguro es cuidar el pago chico y la renovación del contrato, es un partido que empieza el partido perdiendo 3 a 0.

Ese quiebre parió a Sergio Massa como superministro de Economía. El tigrense se convirtió en la mínima prenda de paz frentetodista y en el CEO del Gobierno. Desde que asumió, Massa ensaya un ajuste con respaldo político. Toda una novedad en la historia reciente del peronismo. La estabilidad, sin embargo, está sujeta a resultados. Y por resultados, en un país que orilla los tres dígitos de inflación, se entiende mostrar algún tipo de progreso a la baja en la curva de suba de precios. Con 100 puntos de inflación, no hay proyección posible para las empresas. Tampoco paritaria, bono o plan social que resista la devaluación permanente de los salarios. Los trabajadores no registrados, que ya superan a los que están bajo convenio, están entregados a la subsistencia.

Si el ministro de Economía llega a mostrar algo que se pueda vender como una sensación de mejora, el Frente de Todos podría delinear un doble juego. Le permitiría ir por una nueva unidad forzosa en la familia ensamblada del peronismo y apostar por la polarización con Juntos por el Cambio. Con una picardía incluida en esa hoja de ruta: incentivar alguna vía de los libertarios para comerle votos a la alianza opositora de macristas, radicales, lilitos y peronistas de derecha. En ese contexto, pese al carácter autodestructivo del oficialismo, el experimento frentetodista podría continuar en una pieza, ilusionado con la chance de arañar un balotaje y que después la suerte acompañe.

Hasta ahí, el Plan Llegar. Solucionar los problemas que arrastra la Argentina desde al menos una década atrás, cuando el ciclo expansivo del kirchnerismo dio señales de agotamiento y el país ya no creció ni generó empleo y los salarios empezaron a caer, es un desafío de otra categoría. Solo los políticos que tienen poco para perder hablan el lenguaje de los problemas estructurales. Y aunque lo enuncien los que tienen

perspectivas de coronar, en el fondo saben que la realidad chocará con sus expectativas. Tanto Cristina Kirchner, como Mauricio Macri y Alberto Fernández pueden dar fe de eso. En los últimos 10 años, ninguno logró del todo lo que se propuso. El único que capitaliza la impotencia de los políticos más importantes es Javier Milei. El histriónico economista es un pararrayos del escepticismo social. Es quien mejor ecualiza con la mancha de aceite de la rabia que se expande en la Argentina y en el mundo.

El otro acontecimiento destacable del año que se va, conectado al malhumor social en alza, fue el intento de fusilar a Cristina Kirchner. El ataque se inscribe en una tendencia global: desde 2014 creció el porcentaje de magnicidios, hayan sido exitosos o fallidos. Tras el atentado a la vicepresidenta, CFK reafirmó su centralidad política. Dentro de un peronismo con la identidad en crisis, Cristina aparece como una referencia sólida. Quizás la única.

Pero esta vez, a diferencia de lo que ocurrió hace 12 años con otra situación inesperada y traumática, como la muerte de Néstor Kirchner, Cristina lidera una épica debilitada y a la defensiva. Intenta ganar una pelea doble que, sin embargo, ya perdió en su momento de mayor empoderamiento: la batalla que libra contra los jueces federales de Comodoro Py y un sector de los medios de comunicación. Pese a su vigencia relativa, el cristinismo también es una marca gastada.

El último punto destacable refiere a Juntos por el Cambio. 2022 fue el año en que la alianza opositora sintió que, tras el fracaso de Mauricio Macri, la vuelta al poder podía llegar más rápido de lo esperado. La Rosada le quedó al alcance de la mano. Incluso en Juntos se asustaron ante la hipótesis de que Alberto Fernández no terminara su mandato. En ese contexto de abundancia relativa, Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich protagonizan una pelea que no incluye fair play ni convención de Ginebra. Aun con sus intrigas, los radicales de pondrán de acuerdo. La UCR consensuará

Con 100 puntos de inflación, no hay proyección posible para las empresas”

un candidato de unidad, que será Facundo Manes o Gerardo Morales. Si se potencia el enojo de la sociedad, subirán las acciones de un outsider que reflexiona sobre los vaivenes del cerebro. Es decir, que no parece un político. Si no hay desborde, el elegido será el caudillo jujeño y presidente del partido. Pero en el PRO no avizora un método de resolución sin sangre. Ni el alcalde ni la presidenta del macrismo consideran la posibilidad de bajarse. No tienen demasiados incentivos para hacerlo. Ambos perciben que su tiempo es ahora o nunca. Y seguramente tengan razón. Mauricio Macri detecta lo que salta a la vista: que Bullrich se muestra más firme y combativa en su discurso. El déficit de la exmilitante del peronismo revolucionario es la falta de equipo y financiamiento. Rodríguez Larreta, por el contrario, habla a pedido en busca de una quimera: congraciarse con el 70% del sistema político. Pero cuenta con más equipo y con el crédito de una buena parte del círculo rojo.

Las tres claves enumeradas avanzarán sobre el 2023. Y serán decisivas para anticipar el desenlace de las próximas presidenciales. Sobre la gobernabilidad posterior, existe una única certeza: el que agarre la sortija a partir de diciembre, sea quien sea, lo hará con poco handicap y sobre un terreno completamente resbaladizo. VL

Sumario

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2022-11-29T08:00:00.0000000Z

2022-11-29T08:00:00.0000000Z

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